PAZ
Olvidados, lejanos, hastiados por el mundo es como nos encontramos. Ayer las ratas se comieron la mayor parte de nuestra comida y casi nos comen a nosotros en este maldito estómago de serpiente perdido en mitad de Siberia. La mina. El Gulag, el campo de exterminio, lo que sea. Sólo sentimos rabia por nuestros captores, los demás sentimientos, las demás emociones se han ido diluyendo en una masa rabiosa, oscura y maloliente ¿el amor? ¿qué es eso? ¿El miedo? No tenemos nada, nunca lo tuvimos, nunca lo tendremos, nuestras caras ya desaparecen debajo de los cascos a fuerza de no poder vernos, no me recuerdo... No nos recordamos, ya no cabe individualidad ninguna aquí. Son las oscuras noches, heladas en extremo las que nos convierten en lo que somos, lobos hambrientos que temen al soldado, pero algún día el soldado lo pagará caro, todos somos iguales, todos somos nada. Rabia, rabia, rabia, rabia, rabia y mil veces la pienso y mil veces la utilizo; de mis recuerdos sólo queda una duda, ¿por qué no sentí rabia cuando me mandaron aquí? No sentí nada, no lo recuerdo, me dejé traer y dejé que la semilla brotara como un reguero destructivo. El gulag nos ha destruido con crueldad, la misma crueldad que nos provocaría pesadillas si pudiéramos dormir, las formas horrendas de las piedras, que tallamos en nuestra propia perdición durante el día. No dormimos, vigilamos en un estado de letargo insomne nuestras pesadillas más profundas, animales enjaulados es lo que somos.
Anoche, la luna se abrío, la tierra se partió en dos en su profundo cisma sangrante, terremoto podría llamarse al chirrido que rasgó las rocas como una suave pieza de seda roja, el que acabó con la mitad de nuestros captores que se los tragó las profundidades. Las balas nos mataron muchas veces, pero seguíamos siendo muchos. Los guardias nos frenaban pero luchábamos con dientes, desesperación y manos. Ganamos.
Y, como animales salvajes, aullamos a la luna de la libertad en un profundo mar de balas y pesadilla.
E.C.P.
Anoche, la luna se abrío, la tierra se partió en dos en su profundo cisma sangrante, terremoto podría llamarse al chirrido que rasgó las rocas como una suave pieza de seda roja, el que acabó con la mitad de nuestros captores que se los tragó las profundidades. Las balas nos mataron muchas veces, pero seguíamos siendo muchos. Los guardias nos frenaban pero luchábamos con dientes, desesperación y manos. Ganamos.
Y, como animales salvajes, aullamos a la luna de la libertad en un profundo mar de balas y pesadilla.
E.C.P.
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