viernes, 23 de marzo de 2018

Consejos, opiniones

Muchas veces, cuando pedimos opinión o consejo estamos permitiendo que las limitaciones del otro nos limiten a nosotros mismos. ¿Cuántas veces nos han dicho que algo era muy difícil, muy feo o que no merecía la pena y lo hemos aceptado como nuestro sin tan siquiera habernos planteado la posibilidad de cuestionarlo impidiéndonos así descubrirlo por nosotros mismos?

Que tu mayor consejero seas tú mismo —con todo lo que eso conlleva— :)


viernes, 16 de marzo de 2018

Viviendo el miedo

Desde mi habitación en Leipzig y tras la vuelta del viaje de Interraíl, me siento con la necesidad de plasmar mis pensamientos sobre el papel para poder contemplarlos con más orden y distancia. 
La cuestión es que cuando llegué a casa, después de un mes viajando y reencontrándome con viejos amigos así como conociendo a otras personas, me pegué una hostia con la realidad.

Fue tanto el miedo que sentí al volver a mi casa de Leipzig que no quería ni sacar las cosas de las cajas donde las almacené mientras Diego se quedaba en mi habitación. Me quería ir pero ya. Había proyectado todos mis miedos y preocupaciones en el piso, en mi habitación, en los palets de la cama y, cómo no, en mis compañeros de piso: "Esos malvados que no me hacen sino la vida imposible por no ser lo que yo merezco y lo que andaba buscando cuando vine a Leipzig". Qué mezquina que es la voz del ego y con qué facilidad le hacemos caso.

Entonces me sentí dividido, estaba en un quiero irme pero quiero quedarme a ver qué hay detrás, pero quiero estar con otra gente, pero quiero descansar, pero quiero orden en mi habitación, pero para qué voy a ordenarlo todo si me voy a ir...

INSPIRO, ESPIRO

Total, que poco a poco y con ayuda del curso que estoy haciendo voy escuchándome a mí mismo y todo lo que mi voz interior me dice es: "Quédate, tienes que ver el cielo aquí también, aún no ha llegado el momento de que te vayas, lo que necesitas es paz y tranquilidad"

Así que, guardé la ropa de las cajas y poco a poco me dispuse a hacer las cosas que tenía pendientes para la vuelta. Sin embargo, hasta hoy, hará unos instantes, no he podido ver de una manera tan cristalina dónde radica el miedo y cómo se manifiesta. Es algo quizás evidente pero que yo no había visto y experimentado de una manera tan clara hasta ahora. 

Mi otra experiencia Erasmus en Heidelberg fue tan dura y sufrí tanto—una parte esencial de ello fue todo lo relacionado con averiguar los muebles de la habitación, colchón, decoración, etc.— que mi experiencia aquí se ha convertido en un campo de minas imaginarias que pueden explotar en cualquier momento si doy un paso en falso.

Eso convierte a todo y a todos en enemigos potenciales que conspiran contra mí constantemente: mi habitación, el colchón, los palets, el armario, las paredes, el radiador, las cortinas, el baño, la cocina, mis compañeros...

Es tanto mi miedo, que por miedo a que todo aquello que me hizo sufrir en el pasado se vuelva a repetir, me mantengo en un estado de alerta constante, de tensión, de protección ante los peligros de la vida (que al final no deja de ser miedo a la muerte). No obstante, siento que tenemos incluso que agradecer a esta parte reptiliana de nuestro cerebro (la más animal y primitiva) que esté ahí para alertarnos y protegernos ante situaciones de peligros reales, para salvarnos la vida, como por ejemplo  que un león feroz se acerque. Lo que pasa, es que la pobre no está lo suficientemente desarrollada como para discernir entre peligros reales y no reales. Por lo tanto, no debemos de estar en conflicto con ella ni rechazarla sino integrarla, mirarla con compasión y enseñarle a discernir para que se pueda iniciar la transformación. ¿Cómo? 

Viviendo el miedo.

https://www.facebook.com/Adelapintandola/

Lo siento, pero no nos queda otra. Llevamos toda la vida huyendo de nuestro miedo por miedo. Es algo totalmente desconocido y tememos que si nos paramos a explorarlo vamos a sufrir. Por ello, o bien lo atacamos —atacándonos a nosotros mismos— o bien huimos de él enredándonos en un sinfín de actividades que realizamos en modo automático sin pararnos a reflexionar si realmente nos apetece hacerlas, mediante el alcohol y otras drogas... el catálogo es amplio.

Y ojo, cero culpa, esto es totalmente lícito, simplemente seamos conscientes de que en todo momento estamos tomando una elección y que tenemos una alternativa que es sentarnos y mirar al miedo a los ojos, explorar qué se esconde ahí, sentir nuestro cuerpo y experimentar la intensidad que ahí se esconde, similar a un orgasmo.

Cuando todo ha pasado y descubres que no te has muerto y que de hecho, sientes una paz similar a la que se experimenta al bajarse de una montaña rusa (experiencia escasa en mi caso), querás repetir e incluso lo podrás ver como un juego. Es algo totalmente nuevo, ni nuestros padres, ni nuestros abuelos ni los suyos se han atrevido a hacerlo nunca, simplemente no era su momento y es por eso que estamos en un momento histórico ya que estamos siendo conscientes de que tenemos elección y sobre todo estamos dispuestos a empezar a confiar en la vida y ser felices.

En el fondo, el miedo es un maestro cojonudo y hay que tratarlo como tal. Utilicemos el miedo, somos mucho más fuertes de lo que la voz en nuestra cabeza y de la sociedad nos quiere hacer creer.

Mucho ánimo y buen viaje.

EGP

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El miedo a la VIDA

Vivimos con un miedo constante a que la VIDA nos castigue pero, ¿quién se castiga en realidad?

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martes, 13 de marzo de 2018

La canción del niño en la tribu Himba

De todas las tribus africanas aún existentes, la Himba es la única que cuenta la fecha de nacimiento de los niños no a partir del día en que nacen o son concebidos sino desde el momento en que la madre decide tener el hijo. Cuando una mujer Himba decide tener un hijo, se aparta y se sienta bajo un árbol, con ella misma, y escucha hasta que logra oír la canción del niño que quiere venir. Una vez que ha escuchado la canción de este niño, regresa junto al hombre que será el padre y le enseña la canción. Cuando hacen el amor para concebir al niño físicamente, cantan la canción a modo de invitación. Cuando se queda embarazada, la madre enseña la canción del niño a las matronas y a las mujeres ancianas del poblado para que cuando el niño nazca, las mujeres ancianas y los nativos se reúnan a su alrededor y le canten su canción para darle la bienvenida. A medida que el niño crece, se enseña su canción al resto de habitantes del poblado. Si el niño se cae o se hace daño, alguien lo agarra y le canta su canción. O, quizás, cuando el niño hace algo maravilloso o pasa por los ritos de pubertad, las personas del poblado cantan su canción para honrar a su persona.

En la tribu Himba hay otra ocasión en la que se canta la “canción del niño”. Si un miembro de la tribu comete un crimen o hace algo que va en contra de las normas sociales de los Himba, los aldeanos lo llevan al centro del poblado y la comunidad forma un círculo a su alrededor. Acto seguido, le cantan su canción de nacimiento.

Los Himba ven la corrección no como un castigo, sino como un acto de amor y de recuerdo de la identidad. En el momento en que recuerdas tu propia canción, ya no tienes el deseo o la necesidad de hacer algo que pudiera herir a otro.
En el matrimonio, los cónyuges cantan las canciones juntos. Y finalmente, cuando la miembro de la tribu Himba está tumbada en su cama, preparada para morir, todos los aldeanos que conocen su canción acuden y la cantan por última vez.


Seamos auténticos, siempre

Desde Zurich, Suiza, me doy cuenta de que una de las cosas que más me cuesta o nos cuesta es algo tan simple y sencillo como ser reales, ser nosotros mismos ante los demás y actuar de acuerdo con cómo realmente nos estamos sintiendo. Sería tan bello que en cada instante, en cada situación, en cada lugar hiciésemos aquello que verdaderamente sentimos, lo que nuestro corazón nos dicta olvidándonos de los posibles juicios del otro, de querer agradar, del miedo al fracaso, del miedo a destacar, de la duda y de tantos impedimentos mentales que nos ciegan y nos limitan. ¡Son solo pensamientos! Y de hecho, cuando nos atrevemos a hacer lo que realmente nos apetece, si miedo, nos damos cuenta de que la reacción del otro en ningún caso se corresponde exactamente con lo que esperábamos. Por suerte no somos adivinos ni podemos leer las mentes y si pudiéramos ¡qué más daría!
Escuchémonos y seamos auténticos, siempre.

Escrito el 26 de febrero de 2018