No me gusta el yoga, no me gusta levantarme a las 6 y media de la mañana
y ponerme a rezar en sánscrito, no es divertido, no me hace reír. No me
gusta estar serio. No me gusta ir al supermercado y buscar brócoli con
zanahoria. Me gusta el chocolate con leche y el azúcar. No me gusta ir
al restaurante asiático y pedirme el arroz con tofu. ¡Que no me gusta el
tofu, coño! Me gusta ir con mi padre al hombre de los pollos de mi
barrio y que le echen extra de salsa y de patatas fritas.
No me gusta ir a la heladería y agobiarme porque el único helado vegano
que hay es de kiwi ¡y no me gusta el kiwi! Me gusta ir con mis hermanas
al McDonald´s a por un McFlurry con doble de M&M´s y caramelo y
partirnos de la risa. Eso es divertido. No me gusta decir que no, con
aires de superioridad, cuando me invitan a casa de alguien a comer y con
todo su cariño y amor me han preparado algo (que realmente me muero por
probar) pero lleva carne, o no es orgánico o lo han importado de
América en un barco. ¡No! No es divertido pensar tanto, ni sentirse
culpable por haber comprado la opción no ecológica o no vegana. No es
divertido rayarse por gilipolleces e intentar ser el correcto, el que
hace las cosas bien, el iluminado, y sentirse mejor que tú y que aquel.
No es divertido sentirse especial. No es divertido estar tan solo.
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