Desde mi habitación en Leipzig y tras la vuelta del viaje de Interraíl, me siento con la necesidad de plasmar mis pensamientos sobre el papel para poder contemplarlos con más orden y distancia.
La cuestión es que cuando llegué a casa, después de un mes viajando y reencontrándome con viejos amigos así como conociendo a otras personas, me pegué una hostia con la realidad.
Fue tanto el miedo que sentí al volver a mi casa de Leipzig que no quería ni sacar las cosas de las cajas donde las almacené mientras Diego se quedaba en mi habitación. Me quería ir pero ya. Había proyectado todos mis miedos y preocupaciones en el piso, en mi habitación, en los palets de la cama y, cómo no, en mis compañeros de piso: "Esos malvados que no me hacen sino la vida imposible por no ser lo que yo merezco y lo que andaba buscando cuando vine a Leipzig". Qué mezquina que es la voz del ego y con qué facilidad le hacemos caso.
Entonces me sentí dividido, estaba en un quiero irme pero quiero quedarme a ver qué hay detrás, pero quiero estar con otra gente, pero quiero descansar, pero quiero orden en mi habitación, pero para qué voy a ordenarlo todo si me voy a ir...
INSPIRO, ESPIRO
Total, que poco a poco y con ayuda del curso que estoy haciendo voy escuchándome a mí mismo y todo lo que mi voz interior me dice es: "Quédate, tienes que ver el cielo aquí también, aún no ha llegado el momento de que te vayas, lo que necesitas es paz y tranquilidad"
Así que, guardé la ropa de las cajas y poco a poco me dispuse a hacer las cosas que tenía pendientes para la vuelta. Sin embargo, hasta hoy, hará unos instantes, no he podido ver de una manera tan cristalina dónde radica el miedo y cómo se manifiesta. Es algo quizás evidente pero que yo no había visto y experimentado de una manera tan clara hasta ahora.
Mi otra experiencia Erasmus en Heidelberg fue tan dura y sufrí tanto—una parte esencial de ello fue todo lo relacionado con averiguar los muebles de la habitación, colchón, decoración, etc.— que mi experiencia aquí se ha convertido en un campo de minas imaginarias que pueden explotar en cualquier momento si doy un paso en falso.
Eso convierte a todo y a todos en enemigos potenciales que conspiran contra mí constantemente: mi habitación, el colchón, los palets, el armario, las paredes, el radiador, las cortinas, el baño, la cocina, mis compañeros...
Es tanto mi miedo, que por miedo a que todo aquello que me hizo sufrir en el pasado se vuelva a repetir, me mantengo en un estado de alerta constante, de tensión, de protección ante los peligros de la vida (que al final no deja de ser miedo a la muerte). No obstante, siento que tenemos incluso que agradecer a esta parte reptiliana de nuestro cerebro (la más animal y primitiva) que esté ahí para alertarnos y protegernos ante situaciones de peligros reales, para salvarnos la vida, como por ejemplo que un león feroz se acerque. Lo que pasa, es que la pobre no está lo suficientemente desarrollada como para discernir entre peligros reales y no reales. Por lo tanto, no debemos de estar en conflicto con ella ni rechazarla sino integrarla, mirarla con compasión y enseñarle a discernir para que se pueda iniciar la transformación. ¿Cómo?
Viviendo el miedo.
Lo siento, pero no nos queda otra. Llevamos toda la vida huyendo de nuestro miedo por miedo. Es algo totalmente desconocido y tememos que si nos paramos a explorarlo vamos a sufrir. Por ello, o bien lo atacamos —atacándonos a nosotros mismos— o bien huimos de él enredándonos en un sinfín de actividades que realizamos en modo automático sin pararnos a reflexionar si realmente nos apetece hacerlas, mediante el alcohol y otras drogas... el catálogo es amplio.
Y ojo, cero culpa, esto es totalmente lícito, simplemente seamos conscientes de que en todo momento estamos tomando una elección y que tenemos una alternativa que es sentarnos y mirar al miedo a los ojos, explorar qué se esconde ahí, sentir nuestro cuerpo y experimentar la intensidad que ahí se esconde, similar a un orgasmo.
Cuando todo ha pasado y descubres que no te has muerto y que de hecho, sientes una paz similar a la que se experimenta al bajarse de una montaña rusa (experiencia escasa en mi caso), querás repetir e incluso lo podrás ver como un juego. Es algo totalmente nuevo, ni nuestros padres, ni nuestros abuelos ni los suyos se han atrevido a hacerlo nunca, simplemente no era su momento y es por eso que estamos en un momento histórico ya que estamos siendo conscientes de que tenemos elección y sobre todo estamos dispuestos a empezar a confiar en la vida y ser felices.
En el fondo, el miedo es un maestro cojonudo y hay que tratarlo como tal. Utilicemos el miedo, somos mucho más fuertes de lo que la voz en nuestra cabeza y de la sociedad nos quiere hacer creer.
Mucho ánimo y buen viaje.
EGP
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